lunes, 6 de julio de 2009

Un mundo para armar

Te invito a ser niños y ver con sus ojos un mundo de fantasía donde todo es posible...
Abramos las puertas para ir a jugar e imaginar

Embarquémonos a la aventura de soñar
Dejemos volar la imaginación


En un lugar donde es posible atrapar hasta la luna

Donde en la noche más oscura se pueden ver las mejores estrellas

Y en el mar más profundo, bailar sobre las olas

Donde los obstáculos se atan a las nubes y se van volando

Donde aún en los océanos de soledad se puede encontrar amistad

Un lugar desde donde imaginar otros universos

Al que se puede llegar volando con los pájaros

y jugando con las luciérnagas convertidas en luces y estrellas

Un mundo sin contaminación y con luz eterna

En donde la lluvia siempre sea como un riego de felicidad

Y los desiertos y la soledad no nos atrapen

Donde se pueda cambiar con un gesto lo que no nos guste

Para viajar con el compañero de aventura que elijamos

Donde nuestro hogar esté donde querramos,
en el momento que querramos

Y donde cualquier cosa se transforme en un hogar

Donde nada nos ahogue o se nos pierda

Donde seamos libres para elegir caminos

Y destinos

Donde los colores estén a nuestro alcance

Y donde nadie pase hambre

Contruyamos el velero de los sueños

Y armemos entre todos un mundo mejor
¿Te sumás?

domingo, 5 de julio de 2009

Viaje al corazón de la epidemia de dengue

Barrio de la Zavaleta
Los adolescentes levantan la plancha de latón y una nube de mosquitos surgió de la oculta poza de aguas infestadas. ¿Cuántos de esos insectos serán portadores del dengue? pensé con espanto, mientras corría hacia los chicos, blandiendo el frasco de repelente. Fue demasiado tarde: los insectos ya se habían lanzado en picado, como una flotilla de aviones de combate, sobre los brazos, rostros, pantorrillas de aquellos chavales.
Recién comenzado el recorrido por Zavaleta, un barrio de chabolas al sur de Buenos Aires, ya habíamos tenido nuestro bautismo de fuego. El período de incubación del dengue es de entre cuatro y 14 días. Dentro de ese plazo llamaré a Marcelo, el chico que nos sirvió de guía, para averiguar si hubo bajas. Si alguno de esos chicos siente que el cuerpo le quema por dentro, que los huesos le duelen como si le hubiera dado una paliza y que los ojos les van a estallar dentro de sus órbitas.
Quisiera ser optimista pero si existe un lugar apto para contraer la enfermedad ese lugar es Zavaleta y su entorno, donde más de 30.000 personas viven en una especie de delta fluvial, formado por centenares de cloacas a cielo abierto.
En el patio de una casa de ladrillos, dos hombres bebían mate junto a un pozo ciego del que emanaba un fuerte olor a heces. Al vernos, de inmediato se pusieron en guardia como si los hubiéramos sorprendido cometiendo un delito. Marcelo les hizo una misteriosa señal con la mano y los tipos volvieron a sus asientos.
Por supuesto que estaban informados sobre el dengue. Cómo no iban a estarlo si en el vecindario no se habla de otra cosa. Les pregunté por qué no se cubrían el cuerpo en vez de andar en camiseta y con pantalones cortos. «Cada persona lleva inscrito el día de su muerte. El día menos pensado te rifas un balazo y adiós», dijo uno de ellos, en tono filosófico. El otro no quiso hacer comentarios y poniéndose de pie, dio por terminada la conversación. Más tarde, el guía nos explicó que aquellos eran sujetos de temer. Si no hubiésemos venido acompañados por un rostro conocido, el suyo, quizás no estaríamos contando la historia.
Estado de emergencia
Hace un mes que el Aedes aegypti, transmisor del virus del dengue, le declaró la guerra a los argentinos y el gobierno sigue actuando como si se tratara de una pequeña escaramuza. La organización Médicos del Mundo, cuyos voluntarios nos llevaron a Zavaleta, denuncia que el número de infectados en todo el país, asciende a 35.000 mientras que el Ministerio de Sanidad sólo reconoce 14.000 casos. Gonzalo Basile, presidente de la organización pidió que en vez de «manipular la información epidemiológica», el gobierno decrete el estado de emergencia nacional.
Caso perdido. Estamos en periodo preelectoral y ningún candidato oficialista en sus cabales admitiría que su Gobierno no ha hecho nada por prevenir una epidemia que se venía anunciando desde hace dos años. La plaga ya descendió sobre el Gran Buenos Aires, donde unas 400 personas han contraído el virus. En la capital es cada vez mayor el número de personas que se contagian por la picadura de mosquitos «nativos», en vez de contraer la enfermedad cuando viajan a la provincia norteña del Chaco, donde seis de cada 10 médicos que atienden a los enfermos han contraído el dengue. O en Catamarca, donde el 20% de la población lo padece.
El recorrido nos lleva hasta un viejo almacén donde una joven mujer embarazada yace en el suelo junto a un chico andrajoso que puede ser su hijo o hermano. Las voluntarias de Médicos del Mundo les toman la temperatura y el pulso para comprobar si presentan los síntomas de la enfermedad. Es difícil verificarlo puesto que la droga ha alterado sus funciones vitales. Lo mismo ocurre con los otros yonquis que pasan el día recostados contra los muros, bajo un enjambre de mosquitos.
María, una de las doctoras, explica que el consumo de ese brebaje sintético les baja las defensas y son propensos a coger cualquier enfermedad. «En estas condiciones es imposible evitar que la epidemia se propague.
La primera picadura les transmitirá el dengue clásico que es transitorio; a la segunda incubarán el dengue hemorrágico que en más del 50% de los casos provoca la muerte», dice la médica.